El Imperio de la Nada por Jack Donovan
Extraído de: https://pancriollismo.com/2017/08/19/el-imperio-de-la-nada/
El
Imperio de la Nada no tiene emperador.
Los
romanos tenían lo que pudo haberse llamado un imperio con todas sus letras
antes de que tuvieran un emperador. Pero a través de su expansión, emanando del
centro del imperio, estaba Roma y su cultura. Estaba el panteón de dioses
romanos, estaban los cultos y rituales romanos, había un conocimiento de que
los territorios conquistados estaban siendo controlados por familias romanas,
una clase patricia que alegaba tener un linaje que se remontaba hasta la misma
fundación de la ciudad.
El
imperio romano mantuvo una identidad cultural poderosa y centralizada durante
sus siglos más exitosos e impuso su hegemonía cultural en todos sus
territorios. Los pueblos conquistados sabían que estaban siendo dominados por
los romanos y generalmente se les exigía que observaran las festividades
romanas y que rindieran honores a los dioses romanos (los que, como es posible
imaginar, daban a cambio gran poder a los romanos que los homenajeaban). Muchos
de los nuevos súbditos romanos eran de todas formas politeístas y se les
permitía adorar a sus antiguos dioses siempre que también lo hicieran con los
dioses romanos.
Se
dice a menudo que el problema que los romanos tenían con los cristianos era que
estos se negaban a adorar a los dioses romanos. Esencialmente, se negaban a
aceptar la identidad romana. Los cristianos querían conservar su propia
identidad, eso era todo para ellos. Los
romanos sabían que la identidad lo era todo, que el orden social era el
producto de una identidad compartida, y que tolerar el rechazo de su identidad
centralizada y homogeneizadora significaría provocar que un pequeño disturbio
destruyera todo lo que les importaba y lo que habían creado. Por lo tanto,
persiguieron a los cristianos, aunque aparentemente lo hicieron con vigor
insuficiente.
Otros
imperios, ya fuese que tuvieran un emperador, un faraón, un gran jefe, o un rey
o reina, mantenían una hegemonía cultural centralizada a través de los
territorios adquiridos. Los pueblos conquistados sabían quienes los dominaban.
El poder venía de un lugar y era la herencia de un grupo culturalmente
unificado de gente. Tenía un origen y en la mayoría de los casos un rostro. Los
súbditos sabían a qué dioses debían adorar y qué costumbres tendrían que
adoptar si no querían pasar un mal rato.
El
Imperio de la Nada no tiene emperador ni centro ni pueblo.
Uno
podría decir que el centro cultural del Imperio de la Nada es Los Angeles, y
estarían parcialmente en lo correcto. De hecho, la industria del
entretenimiento de Hollywood ilustra razonablemente bien los mecanismos y
valores del Imperio. La cultura que se produce lo es principalmente por lucro.
Las películas y los programas de televisión se prueban con audiencias para
asegurar la llegada más amplia y la ganancia más alta. El contenido producido
puede gustar más a unos que a otros, pero nunca puede ser derechamente
exclusivo. Todo debe ser para todos, y no mucho para algunos. El programa más
exitoso es el que tiene una “llegada más universal”. A veces se dice que esto
es hegemonía cultural, pero está enteramente dirigido con fines de mercado. Si
los mormones se volvieran el grupo económico más poderoso y numeroso en la
nación, y fuesen conocidos por ser ávidos cinéfilos, habrían más películas
mormonas de alto presupuesto. Como la demografía en Estados Unidos ha cambiado,
los grandes estudios se han apresurado a incluir actores que reflejen esa
demografía. No hay una hegemonía cultural emanando de un pueblo en particular
con una identidad particular, sino que un sistema de producción con fines de
lucro que responde a cambios en el mercado, con el objeto de alcanzar a la
mayor cantidad de consumidores posible. La única cultura que se está imponiendo
a través de este mecanismo es la anti-cultura, un universalismo moral y
cultural que disuelve las fronteras sociales para que el máximo número de
consumidores se sienta incluido.
Si
bien mucho producto cultural se genera en Los Angeles, California, Hollywood no
es Roma. El “Pueblo de Los Angeles” no impone su cultura al mundo. Incluso si
tuvieran una cultura, esta sería la heredada ética del show sensacionalista y
del proxenetismo barato de los actores y productores que fueron algunos de los
primeros grandes nombres en la industria.
La
anti-cultura del Imperio de la Nada es impuesta pasivamente a través del
espectáculo hollywoodense, un Circus Maximus moderno, pero activamente impuesto
por las instituciones gubernamentales. Los gobiernos que lo imponen no están
sólo ubicados en Washington, sino que también en las capitales de Europa y
particularmente en Bélgica y en Nueva York. Naciones Unidas y la Unión Europea
se alinean contra la identidad donde sea que se vuelva muy poderosa o amenace
con desestabilizar la economía o con redibujar las fronteras existentes.
Hollywood muestra imágenes de personas de diferentes grupos viviendo y
trabajando juntas en paz y armonía, pero son los gobiernos, instituciones y
organizaciones internacionales los que las castigan si es que no lo hacen.
Las
grandes corporaciones también castigan y penalizan a la gente por
“discriminación” en el lugar de trabajo, lo cual es actuar para proteger
identidades excluyentes o imponer un código moral no universalista. En muchos
casos, las corporaciones y abogados ambiciosos han ido mucho más lejos que los
Estados en lo que se refiere a imponer la integración cultural, racial y sexual
alrededor del mundo. Junto con las universidades, han sido la vanguardia de la
implementación diaria de la “diversidad” y de la “sensibilidad cultural”.
Las
corporaciones a menudo son retratadas como malvados grupos de hombres
codiciosos que conspiran contras los intereses de las minorías, pero la
realidad es que las corporaciones con acciones en el mercado no son nada más
que una entidad legal, amoral que ve todo en términos de su margen de
ganancias. Las personas son meros consumidores y empleados. Los trabajadores no
son personas sino un set de habilidades animado que cumple funciones. Cuando
sea rentable reemplazar gente por computadoras que puedan cumplir sus mismas
funciones, serán reemplazados. Los cajeros automáticos y las máquinas de
autoconsulta en las tiendas son ejemplos comunes, pero los ejemplos en las
manufacturas y en otras industrias son innumerables. Como entidad legal, una
gran corporación no tiene lealtad con ningún pueblo ni nación en particular.
Cuando sea rentable, esa entidad importará personas que manejen ciertas
técnicas que trabajarán por un salario inferior, o abrirán una sucursal en un
país distinto si las personas ahí tienen las habilidades necesarias y trabajan
lo suficientemente barato.
Identidades
antagonistas son disruptivas para el ambiente de trabajo. La gente que se
supone debe trabajar junta no puede ser parte de tribus interbeligerantes que
siempre están amenazándose con cortarse la garganta mutuamente. No vas a
aumentar la productividad colectiva diciéndole a tu colega mujer que se irá al
Infierno, o que debería estar en la cocina, o que su religión es estúpida, o
que su pueblo son un montón de pedófilos folladores de cabras. La corporación
se beneficia de adoptar el enfoque romano: a los empleados se les permite
mantener sus identidades culturales a un nivel superficial y no disruptivo mientras
se arrodillen ante la cultura corporativa superior y sus metas.
Hoy,
el eficiente encargado de recursos humanos explica, en un tono amable y
conciliador…
“Susan,
puedes usar un collar con una cruz; Mohammed, puedes rezar todas las veces que
quieras durante el día mientras termines el trabajo; y Steven, puedes vestirte
como mujer… siempre que todos acuerden en ser amables entre ustedes y adorar a
Apple.”
Para
algunos, lo que yo llamo el Imperio de la Nada puede invitar a realizar
comparaciones con teóricos de la conspiración obsesionados con el Nuevo Orden
Mundial o los masones o los Illuminati o el Grupo Bilderberg o la Catedral o la
sociedad del espectáculo o, en el más atrevido y típicamente más anónimo de los
círculos, el judaísmo internacional. Mientras que, ciertamente, algunos grupos
e individuos absolutamente ejercen más influencia sobre la dirección de las
cosas que otros, me muestro reticente a buscar algo tan novelescamente
conveniente como un grupo de villanos que dominan el mundo en secreto.
Es
posible que los reptilianos estén detrás de todo esto.
Pero
entonces correctamente se llamaría el Gran Imperio Reptiliano, y eso sería un
Imperio de Algo. Después de que los reptilianos se nos hubiesen revelado,
después de unas cuantas batallas y escaramuzas, todos nos arrodillaríamos ante
el Gran Verde (cuyo verdadero nombre no debe ser pronunciado) y si los
reptilianos fuesen tan inteligentes como los romanos nos dejarían rendir
honores al Gran Verde mientras continuamos adorando a nuestros tontos dioses
terrestres, fumando marihuana, jugando videojuegos y masturbándonos con porno
de enanos y burros, mientras se llevan un porcentaje considerable de nuestros
recursos, almas o lo que sea que quieran.
Esto
es… posible.
Sin
embargo, la realidad de nuestra situación es mucho, mucho más mundana.
El
Imperio de la Nada es una colección internacional de sistemas
auto-perpetuadores con intereses propios que tienen intereses sobrepuestos.
Estos sistemas (instituciones bancarias, instituciones militares y sus
compañías vendedoras, gobiernos, sindicatos, grupos de intereses especiales,
conglomerados mediáticos, compañías de entretenimiento y demases), todos estos
sistemas están intentando sobrevivir a la manera de Darwin. Están todas
conformadas por gerentes tratando de llegar más lejos en sus carreras, de
proteger sus feudos profesionales o quizás sólo de prevenir que sus
trabajadores sean despedidos. Están compuestas por gente normal cuidando de
ellas mismas. Grandes y pequeños negocios tratando de crecer. Jefes de
departamento tratando de justificar su presupuesto. Gente con variados
intereses afirmándolos. Cosas aburridas. Burocracia.
Estas
son estrategias humanas básicas de supervivencia que se han utilizado de una
forma u otra durante toda la historia registrada. El comercio internacional no
es nuevo. Los hombres de negocios no empezaron hace poco a querer ganar más
dinero. Los Estados no se hicieron corruptos de un día para otro ni empezaron a
buscar hoy ayuda de empresarios adinerados. Nunca ha habido en la historia de
la humanidad algo así como una “prensa objetiva”. Y los burócratas, quienes
sólo velan por su beneficio personal, han existido por miles de años.
Pero
hasta hace poco, las naciones seguían siendo naciones. Eran naciones de lugar,
idioma, religión y raza. La gente que vivía en diferentes naciones desarrollaba
y mantenía culturas estrictamente diferentes. Los pueblos creían cosas
distintas y turbas religiosas peleaban entre si. Los sexos tenían roles
diferentes. La gente tenía raíces éticas por las que estaban dispuestas a
pelear. No vendían tan rápido sus identidades y las identidades de sus
ancestros para desaparecer en “el futuro”… hacia la vaguedad del “progreso”.
¿Por
qué Occidente, una colección de naciones con idiomas e historias diferentes,
una colección de reinos e imperios, se transformó en una colección de empresas
e instituciones alineadas en contra de la identidad? ¿Cómo la hegemonía
cultural impuesta a otros por Occidente se transformó en la cultura de la
destrucción cultural?
Traducido
por Sebastián Vera.
(Extraído
del libro “Becoming a Barbarian”, de Jack Donovan, Dissonant Hum, primera
edición, Cascadia, EEUU, págs. 43-48.)
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