Mi vida cuando fui un Pájaro por Padilla de Benavente
Por Padilla de Benavente
Copyright ©
Aún
recuerdo aquél día en el que me case. Soplaban con gran fuerza los vientos de
febrero, se sentían tan helados que congelaban las alas de las aves en el
vuelo, por supuesto que esa no era ni nunca será mi situación, yo soy un ave
con mucha astucia y bastante precavido. En esas circunstancias yo aterrizaba y
buscaba el lugar más cálido para descansar y esperar a la mañana siguiente para
emprender mi viaje de nuevo.
Yo era joven, fuerte y despierto;
mis plumas poseían varias tonalidades de grises, pero no de una manera triste,
pareciese que quién me creó lo hizo pensando en un smoking o en una caricatura
en blanco y negro. Y claro, el negro siempre es elegante. Mi pico no era tan
grande, debo decir, pero se doblaba suavemente al final; ah! Los ojos, cómo olvidarlos,
ese color rojizo hipnotizante con la pupila negra. Pero de lo que yo más sentía
orgullo era de mis alas. Largas, poderosas y que con el efecto del sol se
volvían totalmente oscuras todas las plumas.
Pero me estoy adelantando. No les
contaré desde mi historia desde el momento en que nací, pienso que eso no es
entretenido, ni mucho menos cómo terminó mi vida. ¿Qué chiste tiene escuchar
eso tan aburrido: nacer, crecer y morir? Tal vez lo digo porque me fui de este
mundo con gran tranquilidad. No, lo que yo quiero revelarles en esta charla es
algo que pienso es mucho más valioso que otras cosas que hice en mi vida, sin
duda lo considero el mayor logro de todos, no pude haber hecho algo mejor.
Amigos míos, vengan aquí que les voy
a relatar de aquella ocasión en que la vi sobre una frágil ramita de un naranjo
en un jardín idéntico a los miles que hay en la gran ciudad, la diferencia fue
que en ese pequeño paraíso la conocí y la perdí… podrá ser que detenga mi
narración cuando mis diminutas lágrimas recorran mi pico y se desplomen al
suelo. Les aseguro que no exageró, todos, humanos, perros, gatos, patos, lo que
sea nos hemos enamorado loca y desenfrenadamente de alguien; y para nosotras
las aves, enamorarte una vez, dignifica estarlo toda la condenada vida… ahora
comprenden mejor mi pena.
Acababa de dar inicio el año. Se
podía sentir el frío taladrante que deja diciembre cuando se marcha. Mi parvada
decidió que era momento de emigrar y salir del parque en el que nos
encontrábamos. Fuimos buscando un lugar más templado. No tengo idea de qué
parque era, como lo dije, todos son como jardines para mí. Volamos por días y
días, hora tras hora, y cada segundo que pasaba nos debilitaba. Claro, nos
deteníamos a descansar en los árboles que mirábamos más confortables y no era
tan sencillo. Si en algún momento han deseado volar, sepan que de antemano el
problema es buscar el lugar para dormir. Cada acre o pino o roble o lo que
fuese estaba ocupado por otros pájaros y siempre son muy egoístas. Por lo que a
veces sólo podíamos descansar una noche o unas escasas horas.
Nuestro viaje siguió en marcha como
se había planeado. El viaje iba dirigido hacia el norte. La travesía se tornaba
imposible, ya había tenido oportunidad de completar el peregrinaje cuando era
un polluelo. Pero esta vez, la muerte se pintaba frente a todos nosotros. Una
tormenta nos alcanzó una tarde antes de que iniciara febrero; si, por increíble
que suene, es verdad. El viento era endemoniado, la lluvia misma nos golpeaba
despiadadamente, parecía un castigo lanzado por los mismos dioses, como si
trataran de detener al mismo Odiseo. A todos nos tomó por sorpresa, ni siquiera
veíamos lo que había frente a nosotros. Se trataba de un campo repleto de
gigantes que hacían girar sus terroríficas espadas en círculos, aquellos que no
contemplaron a los monstruos a tiempo murieron despedazados por ellos, la
sangre de mis amigos y familiares debió pintar el campo mezclándose con la
lluvia aquella tarde noche.
Los que sobrevivimos nos refugiamos
en una cabaña cerca de nuestra tragedia, hay nos dimos cuenta de que casi todos
murieron. Pasando la tormenta decidimos reposar y seguir en cuanto la luz
retrocediera la noche y en ese mismo lugar, las estrellas del cielo y los
verdes campos fueron testigos de nuestra absoluta conmoción. El silencio de la
noche devoraba todas las esperanzas que quedaban. Un grupo de cinco valientes
regresó a la escena de la masacre esperando encontrar a algún herido o un
hermano perdido por la tormenta, por desgracia, regresaron con las alas vacías.
Así es mis amigos, esa noche nadie durmió.
Salimos de nuevo a lo desconocido
unas horas antes de que el sol se levantara. El vuelo fue en silencio, el único
sonido que se escuchaba era el de nuestras alas chocando con los vientos. De
esa manera el día se transformó en tarde. Nos detuvimos a las afueras de una
ciudad bastante grande a descansar sobre unos pinos que casi rozaban el cielo
que dejaba ver sus primeras estrellas. A pesar de la hecatombe vivida hace unas
horas, mantuvimos el valor y las esperanzas por todos los que partieron al más
allá, no les sorprenda que creamos en algo, la vida es misteriosa y aterradora,
por lo mismo mantenemos nuestras creencias y tradiciones vivas; que claro, no
creo que pensemos en un lugar parecido al de los humanos o los perros.
Entradas las horas de la fría noche,
una familia de ardillas se preparaba a dormir a unas cuantas ramas debajo de
las de la parvada. Oí decir a la más joven de ellas preguntarle a su madre qué
eran esas cosas arriba de su casa, su mamá volteo a vernos y me miró directo a
los ojos y dijo –no te preocupes, hija. Sólo son unas tristes aves que
descansan en este gran pino. De seguro están en un gran viaje-. ¿Un gran viaje?
–Replicó la ardillita-. Sí, las aves suelen hacer emigraciones para mantenerse
vivas y seguir creciendo como familia, y así se protegen entren ellos –agregó
la madre con un tono de sabiduría que nunca te pondría a dudar de lo que dice-.
Los brillantes y enormes ojos de la ardilla nos examinaron desde el pico hasta
la cola, no perdían ningún detalle de nuestra fisionomía. Ya entiendo, mami
–dijo- entonces no tienen un hogar donde vivir toda su vida, eso es triste. A
mí no me gustaría volar siempre para sobrevivir. Aunque sus palabras guardaban
gran inocencia, conocía bien la tristeza y las penurias de volar de un lugar a
otro, ser errantes, no tener un lugar de pertenencia ni saber realmente quién
eres. Uno espera descubrir eso en cada sitio al que llegamos… lo que realmente
descubrimos de los viajes es que no somos nada.
Como de costumbre salimos antes del
amanecer. Una delgada línea roja hacía la diferencia en el horizonte y así
sabíamos dónde terminaba la tierra e iniciaba el bello cielo. La conversación
de las ardillas me puso a reflexionar un poco sobre mi existencia, siempre supe
que no querría volar para siempre sin rumbo. A todos los árboles que llegábamos
conocíamos a seres nuevos y diferentes, pero de esa manera haces amistades
efímeras y sientes el vacío de perder algo valioso. ¿Amigos? Ni en mi parvada
tuve. Entonces una fantástica idea se me ocurrió: a la siguiente parada donde
descansemos, yo me quedaría allí sin importar nada, de cualquier modo somos
muchos y nadie notará mi ausencia.
Honestamente en ese instante no pensé realmente que esperaba cambiar,
pero lo hice.
Llegamos al patio trasero de una
casa. Un naranjo y un pino se alzaban triunfantes de entre todas las demás
ramas y arbolitos que había ahí. El descanso sería sólo de una hora, ya que
ambos árboles ya estaban ocupados por los locales. Es raro, sigo recordando ese
momento en que dejé a mí parvada y siento una especie de remordimiento, pues le
di la espalada a mis tradiciones y valores como miembro de una especie, por el
otro, no fue en vano que darme en el jardín ya que seguí con el círculo de la
vida: la misma Vida. Unas mariposas volaban por los rosales, unos colibríes
volaban alrededor de las rosas, cientos de hormigas cargaban su comida y ésta
era más pesada que ellas; pero trabajaban en equipo y no se percibía su
cansancio. Sí, era un lugar maravilloso.
Como
era de esperarse mi parvada emprendió el vuelo y yo me escondí entre las ramas
del pino para pasar desapercibido en caso de que alguien tornara su mirada al
lugar que dejábamos. Sentí una enorme dicha en cuanto los vi alejarse. Por
primera vez era yo y no uno más. Y así fue durante días. En el jardín había un
tejaban, aproveché una de sus vigas para hacerme un nido lo bastante cómodo
para pasar el frío y las noches. Recolectaba mi comida, a veces peleaba con
otros pájaros sólo por diversión. Pero no contaba con algo… algo que se
volvería un constante problema en mi nueva vida.
Se
trataba de un gato blanco con una mancha grisácea sobre su cabeza. Lo vi matar
a miles de aves y ni siquiera se las comía, era como si gozase el acabar con la
vida de seres inferiores que él. Lo único que hacía era llevar el cadáver de
sus presas a sus amos; si me lo preguntan, es una extraña y retorcida manera de
decirles que los ama. Bueno, dejando de lado al gato, les hablaré de la
verdadera razón por la que inicié el relato, la razón por la que no me
arrepiento de haber abandonado a mí ‘familia’.
La vi un martes por la tarde, en ese
momento en que el cielo se torna naranja y los rayos del sol llegan al suelo
entretejidos por el ramaje de los árboles. Estaba volando alrededor de un
limonero del patio de la casa, y entonces comprendí que la amaba. No me
pregunten cómo lo supe, era la primera vez que me pasaba. Mi pequeño corazón
empezó a latir desesperadamente y casi se me salía del pecho, por más que lo
intenté no pude voltear a otro lado que no fuera hacia ella. El amor es algo
curioso, de alguna manera sabes cuándo te llega, aunque dado que es más fácil
explicarlo si tomamos en cuenta nuestra naturaleza como aves.
Al
cabo de unos días nuestro amor dio frutos. Tuvimos a nuestros pequeños. Antes
de eso, mi amada y yo levantamos nuestro hogar en uno de los pilares que
sostenían el techo de la cochera del hogar. Usamos algunas fibras de ramas y
hierbas para que fuese más cómodo para ella. En fin, mi querida puso dos
pequeños huevos, eran tan blancos que parecían a la nieve que caía en el
invierno en los campos en los que crecí.
Ambos estábamos ansioso de ver que serían, machos o hembras o uno y uno,
incluso pensamos en sus nombres, no se sorprendan, que nosotras las aves
también cargamos con nombres toda nuestra vida. Si nacían puras hembras se
llamarían Karen y Lorena, si eran machos Atila y Silpheed, pero por suerte
fueron uno y uno, así que fueron Lorena y Silpheed.
Creo
que hasta este punto no he dicho como se llamaba mi querida pajarita, ella era
Phoebe. Al paso del tiempo le acompaño el nacimiento de mis polluelos, fuimos
tan felices y nos llenamos de vida al verlos salir de sus cascarones sanos y
salvos, sin ningún inconveniente, Phoebe los cuida y les daba su calor materno
para mantenerlos vivos y yo iba a buscar el alimento para mi familia; la gran
ventaja de ese jardín era que éste proveía todo lo necesario para que todos los
animales e insectos que yacíamos allí, era el jardín de edén para nosotros, las criaturas más
humildes del creador.
Tarde
o temprano nos encontrarían los humanos en ese lugar, por suerte, una señora
fue buena con nosotros y no le molestó que el nido lo construyéramos en ese
lugar, de hecho, ella chiqueaba a mis hijos y a su madre, y no sólo era la
mujer, sus hijos humanos nos contemplaban y les hacían cumplidos bastante
agradables. Aunque no eran las personas los únicos que contemplaban a mi
familia, el mal encarnado en el mundo los veía también, se los saboreaba. Sus
grandes y terribles ojos no se apartaban de ellos, el gato malnacido rondaba
por las sombras, esperando el momento en que pudiera acabar con ellos.
Los
días avanzaron sin esperar a nadie, algunas flores se marchitaban y otras
nacían y mis pequeñines se volvían más fuertes cada vez y ya pronto estarían
listos para dejar el nido y hacer su propio destino. Aún recuerdo aquel nefasto
sábado por la tarde, había llegado de buscar el alimento y se lo dimos a Lorena
y Silpheed; nosotros comimos un poco y lo demás lo guardamos para la mañana
siguiente. Le dije a Phoebe que saldría un momento con mi amigo lagartija que
tenía su escondite en el fondo del jardín, lejos de mi nido. Como no era la
primera vez que iba con él, supuse que no encontraría novedad de regreso. Que
equivocado estuve.
Después
de dos horas regresé al nido y me encontré una escena espeluznante. Plumas por
todas partes adornaban el sitio; la oscuridad encubría lo peor. Volé hasta el
lugar donde dejé a mi familia a salvo y no estaba nadie, ¿los humanos lo habrán
hecho? Pensé, no, se hubieran atrevido desde el primer momento en que
descubrieron a mi querida con los pequeños. Entonces ¿quién pudo hacer algo tan
atroz? Y en eso, vi algo que me heló la sangre y me dejó inmóvil. Sangre dentro
del nido, afuera y en el piso. Yo bajé para seguirle la pista al crimen allí
cometido, y así mis ojos se turbaron al ver el cuerpo sin vida de Phoebe entre
las cubetas debajo del lavabo de la cochera. Oh!, mis amigos, que han seguido
fielmente mi relato, déjenme retomar el valor para continuarlo; dudo mucho que
ustedes sepan lo que es perder a tu pareja en esas terribles circunstancias. Me
quede a su lado, estaba fría y sus bellos ojos quedaron abiertos, lloré y lloré
bastante y finalmente, todo quedó en silencio.
Había
pasado un buen rato desde que me acurruqué al lado del cuerpo de mi pajarita
hermosa. Por un momento olvidé al mundo entero y de repente un recuerdo invadió
mi cabeza y descendió tan rápido por mi columna que se me erizaron las alas,
sentí como si cayera en un lago con agua helada. ¡Mis hijos!, Pensé para mí y
de inmediato alcé el vuelo de nuevo al nido para buscar noticia sobre mis
pequeños. Una vez arriba, veía todo y ni siquiera así los miraba. Mi
desesperación se hizo monstruosa, hasta que puse mis ojos negros sobre una diminuta
escalera de metal de color gris recargada sobre el muro derecho… y en ese
momento mi alma pudo descansar pues Lorena y Silpheed seguían con vida.
Jamás
entendí cómo se salvaron, a su edad resulta casi imposible volar. Lo cierto es
que estaban tristes y era comprensible; me contaron lo ocurrido con basto
detalle que de repente empezaron a sollozar. Me dijeron que en el momento que
el gato saltó al nido, Phoebe salió a su
encuentro y lo encaró valerosamente mientras les gritaba que se fueran y se
escondieran muy bien; al ver ella que se paralizaron por el miedo, voló detrás
de ellos y los arrojó fuera del nido y ellos lograron volar hasta la escalera.
Phoebe siguió luchando para protegerlos, e incluso vieron que le sacó su ojo
izquierdo, pero eso no fue suficiente para detenerlo. El gato contraatacó con
fuerza y le dio un zarpazo demoledor y la arrojó abajo del lavabo, de donde ya
no se movió. Lo curioso fue que el monstruoso felino no pudo completar su
maligno acto porque en cuanto se acercaba a ella, una humana apareció y lo
regaño por matar a un ‘pajarito’; él maulló y sin más se fue dejándola sola.
Quisiera
haber evitado todo ese desastre pero… no se puede, ya ocurrió y eso es todo.
Por alguna razón no puedo odiar a ese gato por lo que hizo, sé que solamente
siguió su naturaleza salvaje. Ha pasado ya bastante tiempo de ese triste
suceso, mis hijos se volvieron muy fuertes y ahora me pueden seguir el paso a
donde quiera que vamos. Hemos dejado ya el jardín y buscaremos otro lugar para
vivir, donde mis hijos puedan echar raíces y hacer sus propias vidas. El cuerpo
de mi esposa fue sepultado bajo el árbol en que nos conocimos, en ocasiones
regreso a platicar con ella y contarle sobre lo que han hecho los pequeños;
Silpheed decidió viajar por el mundo y Lorena se ya tiene pareja y está
empollando en este momento, y eso la hace tan feliz pues dice que quiere ser
como tú, que diste tu vida para proteger a tu sangre, como sólo una verdadera
madre haría.
Yo
ya soy un viejo pájaro ahora que les cuento algo de mi vida. Ya no he visto a
mis pequeñines, bueno, a veces a Lorena sus retoños, Silpheed, creo que siguió
mis pasos y decidió ser él antes que la parvada… hay días en que intento pensar
qué habrá sido de mi familia cuando me fui de la parvada. ¿Se habrán dado
cuenta de i ausencia? ¿Les preocupó e no verme nunca ya? Quien sabe, no puedo
imaginarme las respuestas a esas preguntas. Dado a mi salud no pude regresar al
árbol de Phoebe, pero no la olvido, la llevo siempre en mis memorias y mi
corazón. Que yo… pronto espero morir y reunirme con ella en donde quiera que
esté. Por lo pronto, mis amigos, gracias por escuchar con atención el relato de
un simple pájaro.
Comentarios
Publicar un comentario