¡EL FASCISMO HA MUERTO!...y lo han matado… los fascistas. por Armer

Hace unos días el recién electo presidente de nuestra pútrida república, en respuesta a las acusaciones y especulaciones que se han suscitado a raíz de la muerte (?) de la también recién electa gobernadora de “huachicolandia” o también conocida como Puebla, y su “democrático” esposo, llamó “mezquinos y neofascistas” a aquellos que osaban criticarlo a él y a su gobierno, y no está de más dicha reacción ya que los principales sospechosos, de acuerdo a la opinión pública, son algunos de los integrantes del partido más amoroso de México: MORENA.

     Sin embargo, lo anterior es solo para contextualizar, en lo particular he perdido todo interés en la “política” y en su aliada genocida, la “democracia”. Seamos honestos, la muerte de dos o tres o miles de integrantes de partidos políticos no debería partirnos el corazón. Pero de lo que se ha escrito hasta ahora en el presente texto, la razón de ser de éstas líneas es  la reacción de todos los “neofascistas” o como ellos mismos se llaman “fascistas”.

     Aquí es donde entramos en materia. Muchos “fascistas” no se ofendieron con el mensaje de nuestro amoroso presidente, al contrario, como algún tipo de primate en periodo de apareamiento mostraron los dientes y sacaron las nalgas para decirle a todo el mundo: !si, si, soy fascista señor presidente! La mayoría, supongo, lo ha hecho vía Facebook, Twitter,  y desde quizá algún teléfono inteligente de última generación. Pero es en este punto donde me embarga la duda ¿Realmente los fascistas que se dicen fascistas en el México del siglo XXI, lo son?

     En primer lugar, el fascismo no fue ni ha sido un movimiento homogéneo que permita realizar, o por lo menos no para mi, una definición concreta. A lo largo del siglo XX diversos movimientos políticos diferentes entre sí en la forma, han compartido la misma etiqueta fascista: el Peronismo en Argentina, el Nacionalsocialismo en Alemania, el propio Fascismo en Italia, la Guardia de Hierro en Rumanía, el movimiento Rexista en Bélgica entre otros, no obstante, como lo dije, en la forma fueron distintos, pero en el fondo comparten una serie de elementos tales como: la familia, honor, virilidad, jerarquía, religión, guerra, raza, nación; los cuales, para los que hemos investigado un poco más allá de lo que nos ofrecen las fuentes de información masivas, son la columna vertebral de lo que llamamos fascismo. Por supuesto, los elementos nombrados en muchas ocasiones también son empleados por el discurso modernista y liberal, sin embargo, con otra óptica; en el fascismo éstos adquieren un tinte más trascendental y espirituales, contrario al materialismo liberal.

     Además, los conceptos anteriores tienen en común una percepción de la vida pesimista y de abnegación, lucha y dolor, contrario a lo que el mundo moderno nos ofrece con los libros de autoayuda o el llamado “coaching”, cuyos objetivos son primordialmente hacerle creer al ser humano que el universo gira alrededor de él. Ésta filosofía busca implantar una sonrisa en la humanidad cual si fuese un psicópata, obligarlo a olvidar sus problemas, su realidad, siempre en la mira de un iluso progreso.

     Pero en fin, no soy el indicado y tampoco este es un espacio para fungir como diccionario de doctrinas políticas. El punto es, que en esencia el fascismo es una doctrina de sufrimiento, de GUERRA. Una guerra contra sí mismo, contra la debilidad y el confort; una guerra contra todo aquello que infrinja los valores mencionados anteriormente. Al ser una guerra, un conflicto, se debe tomar un bando, no andarse con medias tintas, en otra palabras ser totalmente intolerante. Eso es ser fascistas, algo simple, sencillo: intolerancia.

     El fascismo no se edificó a base de plegarias o diálogo, fue la guerra su principal herramienta, una guerra basada en una férrea disciplina y un fanatismo casi religioso, esta postura la podemos encontrar en Mi Lucha de Adolf Hitler o con un estilo más sobrio y elegante en el Manual del Jefe de Cornelio Zelea Condreanu; el fascista solo es fascista cuando se entrega por completo a sus ideales (fascistas por su puesto).

¿Pero que tenemos hoy? Por un lado, tenemos pandilleros con un fetiche muy especial por las svasticas,     que, más que fascistas, parecen sacados del  elenco de Historia Americana X, jóvenes que carecen de temple y son violentos y agresivos desmedidamente; por el otro, tenemos al intelectual, y es el que más me causa conflicto. El “intelectual fascista” son normalmente jóvenes de entre 20 y 30 años, estudiantes universitarios  o profesionistas en su mayoría.

     Al igual que los “pandilleros nazi” estos intelectuales son muy agresivos… por Facebook. Así es, los fascistas actuales cambiaron las balas y la sangre por los “like” y emoticones. Su lucha se limita a dicha red social, que funge como su mundo paralelo en el cuál ellos se perciben como una especie de dictador con un atractivo mostacho. El fascista moderno apela a su cultura y sus gustos refinados para clasificarse como un hombre guerrero. El fascista moderno no presume a cuantos rivales ha abatido o derrotado en batalla, sino cuantos libros ha leído o cuantos café americanos bebe por la mañana mientras escucha alguna opera de Wagner en su Iphone.

     El fascista moderno, la mayoría de las veces no sabe lo que es recibir golpes en el rostro, pero gusta de imagenes alusivas a guerreros en su foto de perfil. Mientras que algunos de los fascistas más ilustres estuvieron encarcelados, fueron enjuiciados, viajaron largas distancias para cumplir sus objetivos, estuvieron en el frente de batalla, sintieron el calor de las balas atravesar su cuerpo y en muchos casos fueron asesinados, el “fascista” moderno lo más arriesgado y peligroso que le puede llegar a suceder es que Facebook cierre su cuenta por un mes… vaya, Condreanu queda como un cobarde ante tales actos.

     Por último el “fascista” moderno que más nauseas  y asco me produce, si, asco, es aquel que canta himnos de las SS, que defiende el México Imperial, que menciona a Cristo todo el tiempo como si fuera algún tipo de amuleto, pero que milita en un partido político de la democracia liberal. ¡Vaya estupidez¡ Aspirar a un imperio , o admirar a Mussolini desde el escritorio de algunas de las oficinas regionales del PRI, el PAN. Éstos “fascistas” dicen con orgullo serlo, pero temen perder el confort (y el dinero) que tienen al pertenecer a algún partido.

      Odian la masonería y se dicen fervientes católicos, pero militan en el PRI o peor aún el PAN. Dicen defender el país, su soberanía, la raza, la sangre, pero militan en partidos que a lo largo de su historia han entregado de alguna u otra forma parte de nuestra geografía y dignidad al mejor postor (normalmente el vecino del norte). Defienden las jerarquías naturales, pero invitan directa o indirectamente al pueblo a que se unan al circo de la democracia, que vayan a las urnas, que voten, que se afilien y confíen en el partido que milita, cuando por Facebook muestran un rostro “fascista” antidemocractico. Lo cierto es que estos jóvenes son más demócratas y liberales que cualquier masón-vegano-transgénero-animalista.

     No queda más estimados camaradas, el fascismo ha muerto, y no murio en 1945; no fué asesinado por los aliados, ni por la masonería, ni por los judíos. Han sido los mismos “fascistas”, que aún conocedores de ésta sublime doctrina, han decidido tomar lo que les conviene y mutilarla lentamente hasta convertirla en una moda más, como la democracia o el marxismo.


Armer
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