Anna Delvey y la Estupidez de la Burguesía por Velkan Corvinus
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Por Velkan Corvinus
No hace mucho tiempo, se
entrenó una serie llamada “Inventando a Anna”, en la cual hablan de una niña
(historia real) que se hace pasar por una heredera rica alemana, y estafa a los
más grandes bancos y millonarios de Estados Unidos, simplemente con su
apariencia y estilo.
Anna Delvey, cuyo nombre
verdadero es Anna Sorokin, fue una alemana de origen ruso de clase estándar económicamente,
que, odiando su clase económicamente pobre, y alcoholizada por las revistas
gringas de celebridades, millonarios e influencers ricos de Estados Unidos,
abandona a su familia y va hacia Norteamérica, reinventándose un nuevo origen,
nombre, y personalidad. Pero, ¿eso en que nos puede interesar?, pues que Anna
Delvey mostro al mundo, lo vacío y estúpido que es el mundo burgués.
El mundo burgués se caracteriza
por una cosa, la abundancia y riqueza económica, además de su complejo de
dioses que sienten que todos los demás mortales les debemos algo. Los burgueses
tienen su propia lengua; el dinero, sus modismos, sus códigos de vocabulario,
vestimenta, señas, símbolos, como filtros, para saber quiénes son de su “tribu”
y quienes no. También tienen sus ropas típicas tradicionales de su pueblo:
Gucci, Versace, Louis Vuitton. Y sus lugares sagrados y tierras santas: Dubái,
Nueva York, Hollywood, Tulum (y todas las playas mexicanas que acaparan como “suyas”)
entre muchas otras.
Debemos aclarar de una
vez y por todas que los burgueses, son un pueblo y nación por si mismos; que
ellos pertenezcan a una raza determinada, país o nacionalidad, no los vuelven
parte de ellos, al momento de tener millones en su banco, acaparar tierras,
agua y territorios al por mayor (pertenecientes a los demás pueblos “que viven
en ellas”), se vuelven parte de otro pueblo y nación: el Imperio de la Nada.
Ellos, aunque no lo digan
expresamente, se sienten como dioses, viven como dioses, se presentan como dioses,
con sus carros, ropa de marca, su fitness y sus empresas, como si de un Monte Olimpo
se tratara, y tienen sus sacerdotes y acólitos: lo influencers, tiktokers, fresas,
whitexicans, coaches de emprendimiento y seducción, y demás.
Estos personajes, unos
más arriba que otros, son personas que, en su mayor parte, vienen de estratos
de abajo, a comparación de los grandes burgueses, pero que se vuelven algo
grandes y de importancia, cuando un ejército de personas que los siguen en sus
redes los adora y los llenan de poder.
Estos que juegan y
aspiran a estar entre los grandes (que nunca lo lograrán), mantienen el dogma y
la ilusión de la falsa grandeza ante los ojos y las mentes de los demás mortales,
los que no son tan guapas o virales como esas chicas de instagram, o tan
atractivos como esos modelos de tiktok y revistas; generando una falsa cosmovisión
en donde lo “divino” y magnificente son aquellos que viven en ese Olimpo marca Chanel,
con carruajes de Ferrari, esculturas de Dior, templos de Prada y tesoros de
Tiffany, en los cuales solo los “dignos” pueden aspirar a tener, pues solo los
Nuevos Dioses de esta era, son los mejores y más dignos de la humanidad en
estar por encima de todos, y ser admirados por los miserable mortales, porque
lo merecen, nada más lejos de la realidad.
A pesar de todos esos
filtros, códigos, y poder y fortaleza que dicen tener, una chiquilla juvenil,
hija de nadie, los hizo ver como una bola de idiotas, y dio, sin intensión de darla,
una verdad absoluta: SON PURA MENTIRA.
Anna Delvey simplemente,
y de forma brillante, astuta, y simplemente magnífica, se comportó y fingió se
uno de ellos. Se convirtió, en pura imagen, en una millonaria, conociendo los
códigos y el lenguaje del pueblo burgués, solamente viendo las revistas, Instagram
e internet, y los engaño a todos. Bancos, millonarios, artistas, empresarios,
dueños de marcas e inversionistas, cayeron ante la imagen de esta niña de clase
baja, ¿Cuál fue el motivo?: la burguesía, es una identidad de pura imagen, son
vacíos, huecos, sin un Yo real, mas que su riqueza material que al final de
todo, no vale nada.
En el mundo de tradición
antigua, un hombre se hacía valer por su interior, se sabía reconocer a
alguien, simplemente viendo su esencia, si era un guerrero o no, si era quien
decía ser o no. Un mongol de Genghis Khan, podía saber viendo a un hombre, si
éste era quien decía ser o no. Un escita sabía reconocer a un verdadero
combatiente de uno falso. Un pirata sabía reconocer, solo con su mirada, si aquel
que esteba en frente de el era un asesino o no, pues la esencia es una energía,
que cuando es verdadera, se siente y se reconoce.
Aún hoy en día, sabemos
reconocer la congruencia de las personas, puesto que, en nuestro caso, estamos
a merced de muchos peligros, y debemos saber si esa persona que está enfrente
de nosotros es enemiga o no. La congruencia de su identidad se manifiesta
fuertemente al exterior, si es real consigo mismo. Las pruebas que sus tribus
realizan para verificar su autenticidad, revelan su verdadero yo, y con los
burgueses no es así.
Ellos no tienen una
identidad real, se basan tanto en la imagen y la apariencia, que cualquiera que
aprenda y estudie bien su exterior, fácilmente puede engañarlos, pues ellos
solamente conocen la materia, no el espíritu.
Delvey demostró que
solamente son huecas estatuas de oro, sin fortaleza, sin espíritu, sin identidad,
sin un verdadero Yo o un Nosotros, solo son marcas de ropa caras, lujos y
cuentas de banco, no son reales.
La realidad, el verdadero
yo es lo que debemos fortalecer, es nuestro Yo y nuestro Nosotros, es algo que
ellos no tienen, aún con toda la riqueza del mundo, no lo pueden conseguir. Nosotros
no estamos vacíos, estamos llenos de una tradición tan antigua como los dioses,
simplemente debemos despertarla. Ellos son fuertes porque mantienen la ilusión
hacia nosotros que ellos son fuertes, pero ellos son fuertes, debido a
nosotros, debido a nuestros derechos que nos quitan, debido a nuestras tierras
que nos quitan, debido a nuestra agua y tradiciones que nos quitan, debido a
nuestro sudor y sangre que nos quitan y lucran con ello. Esta no es una lucha
de clases, ya no más, es una guerra por la supervivencia: ellos o nosotros.
Es una lucha por la
reconquista, retomar lo que ellos nos han quitado, destruir sus templos de
idolatría y demostrarles que nosotros, si somos de verdad, somos reales, tan
reales, que los hacemos ver como una vil mentira.
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