Viaje a la Barranca de Huentitán por Padilla de Benavente

 



Por Padilla de Benavente 

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Para aquellos que no son de Guadalajara, México o que incluso vivan en mi ciudad y desconozcan lo que es la Barranca de Huentitán, les explico de manera breve. Huentitán es un pueblo que quedó atrapado en el crecimiento urbano de Guadalajara; aún conserva parte de su identidad aunque con ciertos atisbos de modernidad. Y la Barranca, bueno, creo que no hace falta explicar que es una barranca, pero aquí, en medio de la ciudad, es un respiro y un escape de los ‘encantos del mundo moderno’.

            Hay quienes van a la barranca a hacer dos cosas: tomarse las mejores fotos para presumirlas en las redes sociales, y otros quienes la bajan como un simple ejercicio y de vez en vez arrojan algo de basura en el camino. Pero existe un tercer grupo de quienes bajamos la barranca como una mera prueba de nuestra propia voluntad y nos sometemos a su poder con el fin de superarla y superarnos a nosotros mismo, buscar paz durante el trayecto e intentar conectar con la armonía de la naturaleza, de la cual estamos bien alejados todos los seres humanos.

            A lo que voy con este escrito es que en las pasadas semanas tuve ciertas dificultades, de las cuales no entraré en detalles, pero son cosas comunes por las que pasamos todos lo humanos, porque al final de cuentas eso somos, humanos con emociones y sentimientos, cansancios, fortalezas y debilidades. La cosa es que hay que reconocer cuando eso te afecta y no dejarse vencer en absoluto; al contrario, tomar al toro por la cola y por los cuernos y salir siempre hacia adelante.

            El ir a la barranca es un gran viaje de introspección, pues, al menos en mi caso, desciendo por el camino simplemente con una botella de agua, una manzana o una naranja –nunca ambas- con el celular en la mochila y algo de dinero para al final adquirir productos locales para reponer las energías. No bajo con música, no me saco fotos durante el trayecto, me distraigo observando a mí alrededor y no pienso en nada más que en cumplir la meta de llegar hasta el Puente de Arcediano, y ver el río Grande de Santiago.

            Una vez cumplida la meta de llegar al final, la mente se relaja, los pulmones se inflan de aire fresco y puedes pensar con mejor claridad tus problemas y no verlos ya como un problema, sino como un desafío a vencer. Terminado el breve descanso, me dispongo a subir. Antes de llegar al Puente Arcediano, se encuentra el terreno bastante parejo como para correr. Se trata de 1.5 kilómetros de pura tierra y árboles bastante frondosos. Yo decido correr ese tramo con la finalidad de cansarme y que el momento verdadero de enfrentarme a mí mismo sea formidable. Subir la barranca después de correr no es cosa fácil; quien lo haya hecho lo entenderá. Para éste fin decido no tomar nada de agua hasta ciertos puntos que considero yo adecuados para respirar e hidratarme: en el Mirador –que es la mitad del camino- a un cuarto antes de terminar el viaje.

            Una vez concluido, reposó un momento y me alimento de los locatarios que ofrecen productos naturales y menos procesados. De regreso a mi hogar, sé que no soy el mismo que cuando decidí bajar. Me he desafiado y agotado hasta desfallecer y he logrado concluir con éxito la prueba. Mi mente se despeja y puedo pensar con claridad mi siguiente paso y cómo encarar los problemas del mundo moderno y los personales.

            El experimentar algo así una vez al mes, ayuda mucho. Imagínense lo importante que sería el cambio en nuestras vidas si siempre nos desafiáramos. Y no sólo en el ejercicio, en la vida diaria. Al menos, en lo personal, he notado una mejoría en mi persona, mi mente y mis decisiones. Que no quede nuestra vida en lo material, y como hombres, parafraseando a Jack Donovan, somos esclavos de los intereses de las mujeres y de los hombres ricos para los que trabajamos, puesto que otras necesidades como la comida y las distracciones del mundo moderno nos mantengan conformes, nada cambiara. Hermanos, permítanse un cambio y empiecen con el ejercicio fuera de los gimnasios, no digo que no sirvan, pero ¿y luego qué?

No muestren piedad.


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