La Violencia es Dorada por Jack Donovan
A mucha gente le gusta pensar que “no son violentas”. Generalmente, dicen “aborrecer” el uso de la violencia. La violencia es vista negativamente por la mayoría. Muchos fallan en diferenciar entre la violencia justa y la violencia injusta. Algunas personas, esas de ese tipo hipócrita y vano en especial que se las da de su supuesta superioridad moral, gustan de pensar que se han elevado por encima de la sórdida y violenta cultura de sus ancestros. Dicen que “La violencia no es la respuesta”. Dicen que “la violencia no resuelve nada.”
Están completamente equivocados. Todos y cada uno de ellos depende de la violencia. Todos y cada uno de los días de su vida dependen de ella.
En la jornada electoral, personas de todas las esferas de la sociedad hacen fila para tachar sus tarjetones, y al hacerlo, esperan influenciar quién será aquel que porte el hacha de la autoridad. Los que quieren acabar con la violencia –como si eso fuera posible o incluso deseable— a menudo buscan desarmar a sus conciudadanos. Esto en realidad no le pone fin a la violencia. Apenas le da a la mafia estatal el monopolio de la violencia. Esto te hace sentir “más seguro”, siempre y cuando no le saques la piedra al que manda.
Todos los gobiernos –de izquierda, de derecha u otros— son por naturaleza coercitivos. Tienen que serlo.
El orden demanda violencia.
Una regla que no es apoyada por la amenaza de violencia no es más que una sugerencia. Los Estados cuentan con leyes que son ejecutadas por hombres listos a llevar la violencia a quienes rompen las leyes. Todo impuesto, todo código y todo requerimiento de licencia necesita de una progresión creciente de penalidades que, al final, deben resultar en la expropiación o en el aprisionamiento llevadas a cabo por la fuerza, por hombres armados y preparados a usar la violencia en caso de resistencia o no cooperación. Cada vez que una soccer mom se para y pega el grito en el cielo pidiendo mayores penas a conducir en estado de embriaguez o a la venta de cigarrillos a menores o tener un pitbull o reciclar; ella está pidiendo al Estado que use la fuerza para imponer la voluntad de ella. Ella ya no está pidiendo por las buenas. La viabilidad de todas las normas del Derecho de Familia, las prohibiciones al porte de armas, la ley de tránsito, la ley de inmigraciones, la ley de importaciones y exportaciones, y las regulaciones financieras dependen tanto de la disposición como de los medios del grupo llamado a ejecutar esa orden, por la fuerza.
Cuando un ambientalista protesta para que “salven a las ballenas”, él o ella está en efecto haciendo el argumento de que salvar a las ballenas es tan importante que vale la pena hacerle daño a los humanos que le hacen daño a las ballenas. El pacífico ambientalista está peticionándole al leviatán que autorice el uso de la violencia con el interés de proteger leviatanes. Si los líderes del estado estuviesen de acuerdo y expresaran, de hecho, que es muy importante “salvar a las ballenas”, para luego rehusarse a penalizar a aquellos que dañan a las ballenas y declinara el imponer por la fuerza estas penalidades bajo la amenaza de una policía violenta o de acción militar; el sentimiento expresado por este político sería insignificante. Aquellos que querrían hacerle todo el daño que quisieran a las ballenas estarían en la libertad de hacerlo, como se dice, con impunidad –sin castigo.
Sin acción, las palabras se quedan en palabras. Sin violencia, las leyes son solo palabras.
La Violencia no es la única respuesta, pero es la última respuesta.
Uno puede hacer todos los argumentos morales, éticos y apelaciones a la razón, a la emoción, a la estética y a la compasión. Las personas ciertamente son movidas por estos argumentos y cuando están lo suficientemente convencidas –teniendo en cuenta, por supuesto, que no sean excesivamente inconvenientes—la gente a menudo escoge moderar o cambiar sus comportamientos.
Sin embargo, la sumisión voluntaria de muchos inevitablemente da lugar a una vulnerabilidad que espera ser explotada por cualquiera a quien le dé igual las normas sociales y éticas. Si todo hombre entrega las armas y se niega a volver a tomarlas, el primer hombre en levantarlas puede hacer lo que sea que quiera. La paz solo puede ser mantenida sin violencia hasta tanto todo el mando en cada generación sucesiva –incluso cuando la guerra haya sido ya olvidada—debe seguir aceptando permanecer pacífica. Por siempre y para siempre. Ningún delincuente preguntará jamás, “¿Y si no qué me harás?”, porque en una sociedad verdaderamente no violenta, la mejor respuesta que se tiene a la mano es “Y si no es así, pensaremos que no eres una muy buena persona y no querremos compartir más contigo”. Nuestro revoltoso es libre de responder, “No me importa. Tomaré lo que quiera.”
La Violencia es la última respuesta a la pregunta, “¿Y si no qué me harás?”
La Violencia es el estándar dorado, la reserva que garantiza el orden. En realidad, es mejor que un estándar de oro, porque la violencia tiene valor universal. La violencia trasciende los caprichos de la filosofía, de la religión, de la tecnología y de la cultura. La gente dice que la música es el idioma universal, pero un puñetazo en la cara duele igual, sin importar el idioma que hables o la música que escuches. Si estás atrapado en un cuarto conmigo y yo agarro un tubo y hago como si fuera golpearte con él, sin importar quién seas, tu cerebro de mono inmediatamente entenderá “¿y si no qué?”. Así es como cierto orden es alcanzado.
El entendimiento práctico de la violencia es tan básico para la vida y el orden humanos como la idea de que el fuego quema. Puedes usarla, pero debes respetarla. Puedes irte en su contra y a veces puedes controlarla, pero jamás puedes, por más que quieras, lograr que desaparezca como si nada. Como los incendios, algunas veces es abrumadora y no sabes que viene sino hasta cuando es demasiado tarde. A veces es más grande que tú. Pregúntale al Indígena, al Cherokee, al Inca, a los Romanov, a los Judíos, a los Confederados, a los Bárbaros y a los Romanos. Todos ellos bien conocen el “¿Y si no qué?”.
El conocimiento básico de que el orden requiere de la violencia no es una revelación, aunque para algunos si parezca. La sola noción puede poner a unos apopléjicos, otros intentarán disputarla furiosamente con todo tipo de argumentos enredados y rebuscados, simplemente porque no suena “bonito”. Algo no necesita ser “bonito” para que sea verdad. La verdad no se acomoda a las fantasías ni a los sentimentalismos.
Nuestra compleja sociedad depende de la violencia (proxy violence) hasta el punto en que la persona promedio del sector privado pueda pasarse la vida sin siquiera tener que entender ni pensar profundamente acerca de la violencia. Estamos removidos de ella. Podemos darnos el lujo de percibirla como un problema abstracto y distante que es resuelto a través de una magnánima estrategia y por la programación social. Cuando la violencia viene a tocarnos la puerta, simplemente hacemos una llamada y la policía viene a “detener” la violencia. Pocos civiles rara vez se toman el tiempo para pensar que, esencialmente, lo que estamos haciendo es pagarle a una mafia armada una tarifa de protección para que venga y ejerza ordenadamente la violencia en nuestro nombre y favor. Cuando aquellos que ejercen la violencia hacia nosotros son llevados pacíficamente, la mayoría de nosotros no hacemos realmente la conexión, ni siquiera nos reafirmamos a nosotros mismos que la razón por la cual un perpetrador se deja arrestar es por el arma en el cinto del oficial o el entendimiento implícito de que eventualmente será casado por más oficiales quienes tienen la autoridad de matarlo si es estimado como una amenaza. Esto es, si es considerado una amenaza al orden.
Hay aproximadamente dos y medio millones de personas encarceladas en los Estados unidos. Más del noventa por ciento de ellas son hombres. La mayoría de ellos no se entregaron. La mayoría de ellos no intentan escapar de noche porque hay alguien en la cima del panóptico, de la torre de vigilancia, listo a disparar al menor movimiento. Muchos son criminales “no violentos”. Soccer moms, contadores, celebridades, activistas y veganos, todos juntos pagan juiciosamente el dinero de sus impuestos e indirectamente (by proxy) gastan billones de billones para alimentar un gobierno armado que mantiene el orden por medio de la violencia.
Es cuando nuestra violencia ordenada y legitimada da paso a una violencia desordenada y deslegitimada, como en el desorden sobreviniente a un desastre natural, que estamos forzados a presenciar cuánto dependemos de aquellos quienes mantienen el orden a través de la violencia. Las muchedumbres saquean porque pueden y matan porque piensan que se pueden salir con la suya. Lidiar con violencia y encontrar hombres violentos que te protejan de aquellos otros hombres violentos, de repente se vuelve una preocupación real y urgente.
Un amigo una vez me contó una historia sobre un incidente vivido por la familia de un amigo que era policía. Esta historia expresa muy bien el punto. Unos adolescentes estaban todos pasando el rato en el centro comercial, justo afuera de una librería. Estaban molestando y estaban hablándole a unos policías que estaban rondando por ahí. El policía era un tipo relativamente grande, no alguien con quien te meterías en particular. Uno de los chicos le dijo al policía que él no sabía por qué la sociedad necesita a la policía.
El agente se le acercó e inclinándosele al larguirucho chico, “¿tienes cualquier duda en tu mente de si yo podría o no romperte los brazos y tomar el libro que tienes en las manos si se me diera la gana?”
El adolescente, obviamente sacudido por la brutalidad de lo que acababa de oír, respondió, “No”.
“Es por esto que necesitas policías, amigo”.
George Orwell escribió en sus “Notas sobre el Nacionalismo” (Notes on Nationalism) que, para el pacifista, la verdad que reza, “Aquellos que ‘abjuran’ de la violencia pueden hacerlo porque otros están cometiendo violencia en su nombre”, puede ser obvia pero les es imposible de aceptar. Mucha sinrazón se sigue de la inhabilidad de aceptar nuestra dependencia pasiva de la violencia para garantizar nuestra protección. Las fantasías escapistas como las evocadas por el “Imagine” de John Lennon corrompen nuestra habilidad de ver el mundo tal y como en realidad es y no nos dejan ser honestos con nosotros mismos sobre la naturalidad de la violencia para el animal humano. No hay evidencia que apoye la idea de que el hombre sea una criatura inherentemente pacifista. Hay evidencia sustancial que apoya la noción de que la violencia ha sido siempre parte de la existencia humana. Todos los días, arqueólogos descubren otra calavera primitiva con evidencias de daños de armas o de traumas fruto de la fuerza bruta. Los primeros códigos legales eran chocantemente horrendos. Si nos sentimos menos amenazados hoy, si nos sentimos como si viviéramos en una sociedad no violenta, es solo en razón a que hemos cedido tanto poder sobre nuestras vidas al estado. Algunos denominan esto “razón”, pero podríamos llamarlo también “pereza”. Una pereza peligrosa, parecería, dado cuán poco las personas de hoy dicen confiar en los políticos.
La violencia no viene de las películas, ni de la música, ni de los videojuegos. La violencia viene de la gente. Es hora de que las personas despierten de su obnubilación sesentera y empiecen a ser honestos en cuanto a la violencia de nuevo. Las personas somos violentas, y eso está bien. Puedes derogarla o hablar tratando de racionalizarla. Basados en la evidencia disponible, no hay razón para creer que la paz mundial será alguna vez alcanzada o que la violencia podrá alguna vez ser acabada.
Es hora para dejar de preocuparnos y empezar a amar el hacha de batalla. La historia nos enseña que si no lo hacemos nosotros, alguien más lo hará.
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